Aunque la cita
estaba pautada para el domingo, yo quise ir a conocerlo dos días antes. Siempre
me dijeron que no era cualquier cosa, que era un Mundial, en Brasil y que la
final iba a ser en Maracaná. Era algo así como un combo con piezas ideales.
Decidí acercarme el
viernes para ver qué tal se veía, para ver cómo era y para saber qué se sentía
estar allí. Al llegar fui consciente de la fusión de importancias que emanaba
ese lugar. El “Maracanazo” hizo de ese recinto un sitio turístico, un lugar
histórico; tienes que visitarlo así no te guste el deporte, así como seguro
tendrías en mente ir al Cristo Redentor o al Pan de Azúcar. De hecho no
escaparías de ello porque está incluido en los paquetes de los tours de la ciudad.
Es Maracaná, un verdadero templo del fútbol.
Lo recorrí de atrás
para adelante, incluso desde la estación del metro que lleva su nombre. Fue muy
especial saber que iba a poder entrar en 48 horas para vivir un momento
inolvidable.
El domingo al
despertar el pensamiento era claro y unánime: Hoy es la final del Mundial.
Venía la locura. Esta vez habían más alemanes que en Belo Horizonte pero
tampoco eran mayoría porque los argentinos hicieron de Río, su casa por un rato.
Todo tuvo mucho
orden, desde el metro hasta el momento de llegar a la silla. Los controles de
seguridad parecían excesivos pero se trataba de un acontecimiento único en
Brasil para los nuevos tiempos. Precisamente desde los primeros puntos
policiales ya se divisaba, desde un ángulo que no conocía, el coso donde se
volvería a jugar una final del campeonato del mundo.
Con toda sinceridad
creo que saberme tan cercano de un lugar que contendrá un acontecimiento como
ese, produce una sensación realmente única. No era un partido más, era la final
del Mundial en Maracaná.
Una vez allí solo
quería que empezara el juego. En cierto instante uno se olvida de la magia que
produce el lugar y solo quiere ver fútbol, más aún después de haber seguido el
Mundial con tanto esmero. El efecto de embelesamiento se rompió para ver jugar
a Alemania y Argentina.
El momento clave
del cotejo lo protagonizó Gonzalo Higuaín, quien falló una gran oportunidad
frente a Manuel Neuer cuando apenas corrían los primeros minutos ¿Se imaginan
que hubiera convertido ese chance? Probablemente el juego se iba a abrir e iba
a provocar que los teutones se abocaran con algo de necesidad para buscar el
empate, y que la “Albiceleste” generara una táctica de repliegue inteligente
para esperar dar otro golpe. No es que los de Sabella se meterían atrás, pero
ya podían dominar el juego a partir del marcador.
La misma
combinación estuvo involucrada luego en otra acción, esta vez de polémica: el
posible penal del portero alemán sobre el delantero argentino; una acción para
discutir pero que a fin de cuentas no terminó justificando la actuación de la
bicampeona del mundo esa tarde.
Otra vez en la
prórroga
El Mundial se
antojó en sus últimas dos ediciones de querer extenderse sin llegar a los
penales. El recuerdo final de Suráfrica 2010 mostró a Andrés Iniesta asestando
un derechazo que batió a Maarten Stekelenburg en el Soccer City de
Johannesburgo; un momento que presagiaba que la copa ya se quedaría del lado
español.
De Iniesta, la
imagen se trasladó a Mario Gotze, pero esta vez de zurda. En el “Monstruo” de
Río ya se estaba olfateando el aroma a penales, penales que yo no quería. No
deseaba que un campeón del mundo se decidiera por esa vía y menos estando allí;
iba a ser la cosa más injusta del mundo. Seguro habría más emoción pero al
diablo con la emoción.
Gotze sorprendió a
los argentinos y a mí también; era el gol de la vida para unos y de la muerte
para otros. No había mucho más que buscar, las piernas argentinas estaban
liquidadas por la prórroga ante Holanda, y Messi no la embocó en la última
esperanza argentina.
Nicola Rizzoli
sentenció el fin del Mundial, el fin de la final y con ello se decretó que
Alemania era la nueva campeona del mundo.
Mi ubicación no me
permitió ver de cerca el gol glorioso de Gotze pero sí pude observar la celebración
del nuevo monarca. La copa estaba allí, en manos de un Schweinsteiger que no
tenía muchas ganas de soltarla. La hinchada alemana, cerca de mí, por fin
sonrió tras varios intentos fallidos de su selección.
El universo conoció
al nuevo “Tetra” en Maracaná; todo quedó entre históricos.
Por @RamonECastro
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