domingo, 3 de agosto de 2014

El silencio de Belo Horizonte


Fue raro saber que habría feriado a causa del deporte, pero claro, al momento lo asimilé sin dificultad. Sabía que era muy importante, sabía que jugaba Brasil en Brasil; es que ya yo estaba allí y era muy diferente imaginarlo con tanta exactitud a la distancia.

Belo Horizonte fue muy cálida un día antes de la primera semifinal del Mundial 2014; había mucho movimiento de gente como se hace típico en el centro de cualquier ciudad y podía encontrar cierta diversidad de turistas con relativa facilidad.

Las emisoras radiales se escuchaban en los abundantes kioscos de la zona y en todas hacían referencia al juego que enfrentaría la selección brasileña ante Alemania “Mañana en Mineirao”. En la esquina un vendedor ambulante ataviado de verde y amarillo se notaba muy animado, acompañado de música y con banderas de su país en sus manos. Era una ferviente y constante confirmación que se notó en pocos minutos y en pocos metros: La vida del brasileño es el fútbol.

Ese lunes en el estadio mucha gente se acercó para tomarse fotos y contemplar de forma tranquila el gran escenario de la Avenida Antonio Abrahão. Hasta la tarde del día siguiente el ambiente estuvo así, tranquilo y feliz.

Llegó el 8 de julio y algunas tiendas y establecimientos comerciales abrieron pero solo por tres horas. Todos aguardaban por el juegazo entre “El Penta” y el tricampeón del mundo. De eso nadie dudaba; parecía que sería una semifinal titánica e inolvidable, aunque inolvidable fue.

Mientras el denominador común camino a Mineirao era ver aficionados vestidos de amarillo, tres autobuses llenos de camisetas blancas pasaron a un lado. Era la minoría que terminaría repleta de alegría esa noche.

Los alemanes tenían todo muy bien preparado, mientras que Scolari no. La fuerza del himno no bastó esta vez y la debilidad estaba por aflorar. Brasil poco a poco empezó a ponerse de rodillas ante la mayor muestra de superioridad jamás vista. Lo sorprendente es que estaba ocurriendo en una semifinal de Mundial; una completa falta de respeto a la historia y al compromiso.

Si por la TV muchos pensaron que la imagen de un gol podía ser repetición, estando allí pensé que se trataba de un amistoso, pero de un amistoso entre barrios vecinos o de amigos del colegio en un reencuentro. No fue un juegazo y menos fue digno de esa instancia en una Copa del Mundo, pero Alemania jugó como una verdadera máquina de hacer fútbol, dio cátedra de como noquear la localía, las estrellas, el himno, el estadio y a los miles de aficionados brasileños. Esta generación germana no se podía comparar con la plantilla canarinha, y lo mejor de todo para ellos, es que lo demostraron con absoluta contundencia.

No sé si esto fue peor que el “Maracanazo” y tampoco lo voy a discutir. Cada quien, habiendo vivido o no el Mundial de 1950, o el actual de 2014, puede hacer su propio juicio; lo que yo sé, en hechos concretos, es que la Brasil de hace 64 años no había sido campeona del mundo aún y esta ya lo había sido en cinco oportunidades, aquello fue una final y esto una semifinal, aquella generación tenía una calidad desbordante y esta solo a un joven de 22 años, y que ni siquiera estuvo ese día, junto a una defensa que borró su buena imagen en 29 minutos.

Jamás olvidaré esa tarde-noche, jamás olvidaré las innumerables corridas de Lahm, ni el despliegue de Khedira en el mediocampo, a quien nunca le había dado mucho crédito, tampoco a Kroos ni a Muller, y por supuesto, jamás olvidaré el histórico gol de Klose aunque no lo haya celebrado con su habitual voltereta.

Jamás olvidaré el silencio que escuché.

En Belo Horizonte fue feriado el martes, y el miércoles debió haberse dictado otro decreto, el del luto.


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