Fue raro saber que
habría feriado a causa del deporte, pero claro, al momento lo asimilé sin
dificultad. Sabía que era muy importante, sabía que jugaba Brasil en Brasil; es
que ya yo estaba allí y era muy diferente imaginarlo con tanta exactitud a la
distancia.
Belo Horizonte fue
muy cálida un día antes de la primera semifinal del Mundial 2014; había mucho
movimiento de gente como se hace típico en el centro de cualquier ciudad y
podía encontrar cierta diversidad de turistas con relativa facilidad.
Las emisoras
radiales se escuchaban en los abundantes kioscos de la zona y en todas hacían
referencia al juego que enfrentaría la selección brasileña ante Alemania
“Mañana en Mineirao”. En la esquina un vendedor ambulante ataviado de verde y
amarillo se notaba muy animado, acompañado de música y con banderas de su país
en sus manos. Era una ferviente y constante confirmación que se notó en pocos
minutos y en pocos metros: La vida del brasileño es el fútbol.
Ese lunes en el
estadio mucha gente se acercó para tomarse fotos y contemplar de forma
tranquila el gran escenario de la Avenida Antonio Abrahão. Hasta la tarde del día
siguiente el ambiente estuvo así, tranquilo y feliz.
Llegó el 8 de julio
y algunas tiendas y establecimientos comerciales abrieron pero solo por tres
horas. Todos aguardaban por el juegazo entre “El Penta” y el tricampeón del
mundo. De eso nadie dudaba; parecía que sería una semifinal titánica e
inolvidable, aunque inolvidable fue.
Mientras el
denominador común camino a Mineirao era ver aficionados vestidos de amarillo, tres
autobuses llenos de camisetas blancas pasaron a un lado.
Era la minoría que terminaría repleta de alegría esa noche.
Los alemanes tenían
todo muy bien preparado, mientras que Scolari no. La fuerza del himno no bastó
esta vez y la debilidad estaba por aflorar. Brasil poco a poco empezó a ponerse
de rodillas ante la mayor muestra de superioridad jamás vista. Lo sorprendente
es que estaba ocurriendo en una semifinal de Mundial; una completa falta de respeto
a la historia y al compromiso.
Si por la TV muchos
pensaron que la imagen de un gol podía ser repetición, estando allí pensé que
se trataba de un amistoso, pero de un amistoso entre barrios vecinos o de
amigos del colegio en un reencuentro. No fue un juegazo y menos fue digno de
esa instancia en una Copa del Mundo, pero Alemania jugó como una verdadera
máquina de hacer fútbol, dio cátedra de como noquear la localía, las estrellas,
el himno, el estadio y a los miles de aficionados brasileños. Esta generación
germana no se podía comparar con la plantilla canarinha, y lo mejor de todo
para ellos, es que lo demostraron con absoluta contundencia.
No sé si esto fue
peor que el “Maracanazo” y tampoco lo voy a discutir. Cada quien, habiendo
vivido o no el Mundial de 1950, o el actual de 2014, puede hacer su propio
juicio; lo que yo sé, en hechos concretos, es que la Brasil de hace 64 años no
había sido campeona del mundo aún y esta ya lo había sido en cinco
oportunidades, aquello fue una final y esto una semifinal, aquella generación
tenía una calidad desbordante y esta solo a un joven de 22 años, y que ni siquiera estuvo ese día, junto a una
defensa que borró su buena imagen en 29 minutos.
Jamás olvidaré esa
tarde-noche, jamás olvidaré las innumerables corridas de Lahm, ni el despliegue
de Khedira en el mediocampo, a quien nunca le había dado mucho crédito, tampoco
a Kroos ni a Muller, y por supuesto, jamás olvidaré el histórico gol de Klose
aunque no lo haya celebrado con su habitual voltereta.
Jamás olvidaré el
silencio que escuché.
En Belo Horizonte
fue feriado el martes, y el miércoles debió haberse dictado otro decreto, el del
luto.
Por @RamonECastro
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