sábado, 5 de julio de 2014

Mi bolsa de Wembley

 


Sin querer, en cierto momento un objeto práctico se convirtió en el centro de mis gustos, el lugar donde reposa la pasión por sitios sin visitar con la promesa de algún día ir hasta allá.

Fue un regalo, un gran regalo que estaba lleno de recuerdos de un episodio agridulce, por aquello de que no todo siempre es victoria. Por eso es que es literalmente como haber llegado a una final y perderla. Celebras hasta ese punto sin haber podido dar el último paso. Quizá eso es como tener el souvenir y no haber estado allí. No sé.

Se trataba de un detalle traído desde el país que tiene el fútbol que siempre me ha apasionado, donde precisamente nació el mejor de todos los deportes.

En aquel obsequio empecé a guardar mi pasaporte y documentos necesarios para poder realizar un viaje. Luego llegó mi visa de estudiante, la que me llevó a New York, New Jersey, Filadelfia y Boston. Luego mi visa de turista, con la que conocí una parte de Florida en medio del ruido de motores en las 12 horas de Sebring. Más tarde llegó Lima, mi primer destino en Suramérica, mi territorio.

Ahora, 2014 es el año de conocer un nuevo destino. Esta vez toca ir al país en el que el fútbol es religión. Los ingleses lo crearon pero los brasileños lo sembraron.

Hoy mi bolsa de Wembley guarda mi propio camino a Brasil. No jugué una Eliminatoria, no soy árbitro, no soy brasileño y mi país no está en el Mundial. Sin nada de eso, la ilusión es inmensa. Por eso el fútbol es tan grande, porque logra unir absolutamente todo.

Nunca pensé que ese regalo tendría la importancia que tiene. Solo estaba colgado y yo le iba metiendo cosas. Quizá mientras eso ocurría seguía alimentando, sin querer, algún sueño. Hoy ese es el sueño más grande de todos. Mi bolsa de Wembley guarda algo muy grande, algo realmente Mundial.

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