domingo, 3 de agosto de 2014

Gloria alemana; historia para Maracaná


Aunque la cita estaba pautada para el domingo, yo quise ir a conocerlo dos días antes. Siempre me dijeron que no era cualquier cosa, que era un Mundial, en Brasil y que la final iba a ser en Maracaná. Era algo así como un combo con piezas ideales.

Decidí acercarme el viernes para ver qué tal se veía, para ver cómo era y para saber qué se sentía estar allí. Al llegar fui consciente de la fusión de importancias que emanaba ese lugar. El “Maracanazo” hizo de ese recinto un sitio turístico, un lugar histórico; tienes que visitarlo así no te guste el deporte, así como seguro tendrías en mente ir al Cristo Redentor o al Pan de Azúcar. De hecho no escaparías de ello porque está incluido en los paquetes de los tours de la ciudad. Es Maracaná, un verdadero templo del fútbol.

Lo recorrí de atrás para adelante, incluso desde la estación del metro que lleva su nombre. Fue muy especial saber que iba a poder entrar en 48 horas para vivir un momento inolvidable.

El domingo al despertar el pensamiento era claro y unánime: Hoy es la final del Mundial. Venía la locura. Esta vez habían más alemanes que en Belo Horizonte pero tampoco eran mayoría porque los argentinos hicieron de Río, su casa por un rato.

Todo tuvo mucho orden, desde el metro hasta el momento de llegar a la silla. Los controles de seguridad parecían excesivos pero se trataba de un acontecimiento único en Brasil para los nuevos tiempos. Precisamente desde los primeros puntos policiales ya se divisaba, desde un ángulo que no conocía, el coso donde se volvería a jugar una final del campeonato del mundo.

Con toda sinceridad creo que saberme tan cercano de un lugar que contendrá un acontecimiento como ese, produce una sensación realmente única. No era un partido más, era la final del Mundial en Maracaná.

Una vez allí solo quería que empezara el juego. En cierto instante uno se olvida de la magia que produce el lugar y solo quiere ver fútbol, más aún después de haber seguido el Mundial con tanto esmero. El efecto de embelesamiento se rompió para ver jugar a Alemania y Argentina.

El momento clave del cotejo lo protagonizó Gonzalo Higuaín, quien falló una gran oportunidad frente a Manuel Neuer cuando apenas corrían los primeros minutos ¿Se imaginan que hubiera convertido ese chance? Probablemente el juego se iba a abrir e iba a provocar que los teutones se abocaran con algo de necesidad para buscar el empate, y que la “Albiceleste” generara una táctica de repliegue inteligente para esperar dar otro golpe. No es que los de Sabella se meterían atrás, pero ya podían dominar el juego a partir del marcador.

La misma combinación estuvo involucrada luego en otra acción, esta vez de polémica: el posible penal del portero alemán sobre el delantero argentino; una acción para discutir pero que a fin de cuentas no terminó justificando la actuación de la bicampeona del mundo esa tarde.

Otra vez en la prórroga

El Mundial se antojó en sus últimas dos ediciones de querer extenderse sin llegar a los penales. El recuerdo final de Suráfrica 2010 mostró a Andrés Iniesta asestando un derechazo que batió a Maarten Stekelenburg en el Soccer City de Johannesburgo; un momento que presagiaba que la copa ya se quedaría del lado español.

De Iniesta, la imagen se trasladó a Mario Gotze, pero esta vez de zurda. En el “Monstruo” de Río ya se estaba olfateando el aroma a penales, penales que yo no quería. No deseaba que un campeón del mundo se decidiera por esa vía y menos estando allí; iba a ser la cosa más injusta del mundo. Seguro habría más emoción pero al diablo con la emoción.

Gotze sorprendió a los argentinos y a mí también; era el gol de la vida para unos y de la muerte para otros. No había mucho más que buscar, las piernas argentinas estaban liquidadas por la prórroga ante Holanda, y Messi no la embocó en la última esperanza argentina.

Nicola Rizzoli sentenció el fin del Mundial, el fin de la final y con ello se decretó que Alemania era la nueva campeona del mundo.

Mi ubicación no me permitió ver de cerca el gol glorioso de Gotze pero sí pude observar la celebración del nuevo monarca. La copa estaba allí, en manos de un Schweinsteiger que no tenía muchas ganas de soltarla. La hinchada alemana, cerca de mí, por fin sonrió tras varios intentos fallidos de su selección.

El universo conoció al nuevo “Tetra” en Maracaná; todo quedó entre históricos.


El silencio de Belo Horizonte


Fue raro saber que habría feriado a causa del deporte, pero claro, al momento lo asimilé sin dificultad. Sabía que era muy importante, sabía que jugaba Brasil en Brasil; es que ya yo estaba allí y era muy diferente imaginarlo con tanta exactitud a la distancia.

Belo Horizonte fue muy cálida un día antes de la primera semifinal del Mundial 2014; había mucho movimiento de gente como se hace típico en el centro de cualquier ciudad y podía encontrar cierta diversidad de turistas con relativa facilidad.

Las emisoras radiales se escuchaban en los abundantes kioscos de la zona y en todas hacían referencia al juego que enfrentaría la selección brasileña ante Alemania “Mañana en Mineirao”. En la esquina un vendedor ambulante ataviado de verde y amarillo se notaba muy animado, acompañado de música y con banderas de su país en sus manos. Era una ferviente y constante confirmación que se notó en pocos minutos y en pocos metros: La vida del brasileño es el fútbol.

Ese lunes en el estadio mucha gente se acercó para tomarse fotos y contemplar de forma tranquila el gran escenario de la Avenida Antonio Abrahão. Hasta la tarde del día siguiente el ambiente estuvo así, tranquilo y feliz.

Llegó el 8 de julio y algunas tiendas y establecimientos comerciales abrieron pero solo por tres horas. Todos aguardaban por el juegazo entre “El Penta” y el tricampeón del mundo. De eso nadie dudaba; parecía que sería una semifinal titánica e inolvidable, aunque inolvidable fue.

Mientras el denominador común camino a Mineirao era ver aficionados vestidos de amarillo, tres autobuses llenos de camisetas blancas pasaron a un lado. Era la minoría que terminaría repleta de alegría esa noche.

Los alemanes tenían todo muy bien preparado, mientras que Scolari no. La fuerza del himno no bastó esta vez y la debilidad estaba por aflorar. Brasil poco a poco empezó a ponerse de rodillas ante la mayor muestra de superioridad jamás vista. Lo sorprendente es que estaba ocurriendo en una semifinal de Mundial; una completa falta de respeto a la historia y al compromiso.

Si por la TV muchos pensaron que la imagen de un gol podía ser repetición, estando allí pensé que se trataba de un amistoso, pero de un amistoso entre barrios vecinos o de amigos del colegio en un reencuentro. No fue un juegazo y menos fue digno de esa instancia en una Copa del Mundo, pero Alemania jugó como una verdadera máquina de hacer fútbol, dio cátedra de como noquear la localía, las estrellas, el himno, el estadio y a los miles de aficionados brasileños. Esta generación germana no se podía comparar con la plantilla canarinha, y lo mejor de todo para ellos, es que lo demostraron con absoluta contundencia.

No sé si esto fue peor que el “Maracanazo” y tampoco lo voy a discutir. Cada quien, habiendo vivido o no el Mundial de 1950, o el actual de 2014, puede hacer su propio juicio; lo que yo sé, en hechos concretos, es que la Brasil de hace 64 años no había sido campeona del mundo aún y esta ya lo había sido en cinco oportunidades, aquello fue una final y esto una semifinal, aquella generación tenía una calidad desbordante y esta solo a un joven de 22 años, y que ni siquiera estuvo ese día, junto a una defensa que borró su buena imagen en 29 minutos.

Jamás olvidaré esa tarde-noche, jamás olvidaré las innumerables corridas de Lahm, ni el despliegue de Khedira en el mediocampo, a quien nunca le había dado mucho crédito, tampoco a Kroos ni a Muller, y por supuesto, jamás olvidaré el histórico gol de Klose aunque no lo haya celebrado con su habitual voltereta.

Jamás olvidaré el silencio que escuché.

En Belo Horizonte fue feriado el martes, y el miércoles debió haberse dictado otro decreto, el del luto.